EL LENGUAJE Y SUS EPIFANÍAS, SUS REVELACIONES
Por Jermán Argueta
¿Sabes que al hablar develas el capital de lo imaginario que es tu acervo y que es parte de las estructuras antropológicas que como ser humano te habitan, y
como saberes, homo sapiens, trasmites al hablar? Así es, cuando florece nuestra habla en el lenguaje articulado de signos aparecen en el receptor imágenes que nombran lo nombrado, el
lenguaje es un don de la naturaleza humana que se hace presente con el simple hecho de hablar; hablar, parlar, parábola. Hablar, fablar, fábula; hablar, parlar, palabra. La palabra es “el verbo
hecho carne” tangible y evanescente en el cerebro que emite y en la mente de quien escucha.
Es el milagro de ese viento cálido que nace con la voz en donde la imaginación crea una constelación de imaginarios que se hacen presentes de quien escucha y de
quienes vienen enhebrados de signos al hablar; las letras son signos, los signos son imágenes, y estas constituyen y tejen el lenguaje.
Imaginemos.
En el proceso de hominización los primeros seres humanos fueron articulando su lenguaje, palabras que nombraban el mundo como la lluvia, la tempestad, los ríos,
arroyos, mares, lagunas, montañas. Más aún, esos ríos, lagunas, arroyos, lagunas, montañas tuvieron un nombre de acuerdo a su orografía, clima, color. Así hasta que su sola referencia desde el
lenguaje articulado fonéticamente aparecían en la mente del receptor todos estos lugares. Y en la revelación del lenguaje, su epifanía, al escuchar, veíamos, vemos, lo escuchado; una cascada con
sus voces de agua, un árbol de manzanas, el bosque, el mar y sus olas; lugares como Xochimilco con sus trajineras, Coatepec, Mixcoac, la laguna de Chapala, Chapultepec y su
bosque.
Más aún. En las lenguas, como idioma, de todos los pueblos está su forma de concebir el mundo, su cosmogonía. En las lenguas, y en la articulación del lenguaje, está
todo el pensamiento simbólico y los saberes de los pueblos. Por eso cuando una lengua muere, muere una forma de concebir el mundo. Ya Gottfriend Wilhelm Leibniz decía que “no hay dos lenguas que
construyan el mismo mundo”. Y en este sentido cuando una lengua coloniza a otras lenguas, en gran parte se pierde la diversidad del pensamiento y la identidad de los pueblos, peor aún, se pierde
lo simbólico que es un mundo mágico y ritualístico.
Así la lengua es una epifanía, una revelación que al adentrarse en ella y hacer uso de la misma uno se va llenando de asombros porque el mundo se revela ante
nuestros ojos y ante nuestro pensamiento que evoca y tiene tanta memoria y olvidos que luego regresan como jirones que se articulan también recordando.
Sirva este preámbulo para decir que estamos obligados, por el simple hecho y bello de existir, como seres humanos y sobre todo como artistas, pues a conocer el
origen de nuestras lenguas, y de las raíces lingüísticas que la tejen y construyen. Porque en ellas encontramos la esencia de la naturaleza y su acta de nacimiento. Y el acta de nacimiento son
las palabras que nacieron hace tanto cientos de años y nombraron a la naturaleza.
¿Y por qué todo esto? Lo de la revelación, lo de la epifanía de las lenguas, pues porque en mi trayectoria he insistido en que es importante ir al origen de las
palabras, a su raíz, a su etimología. Porque en el origen de las palabras, lo sabemos por simple suma de saber saberes, encontramos cómo el ser humano, desde hace muchos milenios, empezó a
nombrar las cosas que lo rodeaban. Todas las lenguas que hay en el mundo se van formando, reitero, a partir de los signos que le brinda la naturaleza misma. El ser humano, aún más, al nombrar y
observar la naturaleza se nombró así mismo. Es ilustrativo que en los principios de las culturas de los grupos humanos éstos se nombraron con nombres de animales; Netzahualcoyotl,
Cuauhtémoc,Tizoc. Y qué decir de sus dioses o divinidades que también dan cuenta de elementos de la naturaleza y del universo real e intangible, Tlaloc, Tonathui, Coatlicue, Huitzilopochtli,
Mayahuel.
Así podemos echar a volar la imaginación y mirar con nuestros ojos como los grupos que venían del norte de América y se asentaron en cada una de las regiones de
nuestro continente, para dejar de ser nómadas y hacer sedimento, es decir, asentarse para ser sedentarios, y ver cómo esos grupos primigenios de Veracruz y Tabasco como fueron los olmecas crearon
poco a poco su lengua articulada por lo que veían y creaban en sus imaginarios. Otros se asentaron en la zona tarasca y purépecha de Michoacán, y hablaron el purépecha y el tarasco. Otros más
poblaron la zona del Mayab; los mayas hablaron el canto del habla maya. Otros llegaron a lo que hoy es Tlaxcala, los tlaxcaltecas, y siguieron enriqueciendo la lengua de sus ancestros, el
náhuatl.
Cuando otras tribus llegaron del norte al cuenco del Valle de México con sus inmensas lagunas de agua salada y dulce, y de las montañas que la rodeaban, se asentaron
en lo que serían las ciudades Estados; Azcapotzalco, Culhuacán, Xochimilco, Iztapalapa, Mixquic, Coyoacán, Atlacuihuayan, Tenochtitlan. Todos hablaban la lengua de sus ancestros, el
náhuatl.
TOPONIMIA
La naturaleza en su origen al mirar a los hombres que llegaban a ella les dijo “este es mi nombre” y quiero que así me llamen. Así, en muchos casos, la naturaleza
les dio el nombre para que la nombraran porque estaban en un lugar de serpientes (Mixcoac), porque estaban en una cementera de flores (Xochimilco), o estaban rodeados de coyotes (Coyoacán), o
escuchaban el canto de los chapulines (Chapultepec).
Así la lengua es una epifanía que revela y se encarna simbólicamente en los paisajes. Al interiorizar los lugares los seres humanos, nuestros abuelos, fueron
nombrando estas revelaciones que les daban la mirada en sorpresas y asombros en los lugares de paso, asentamientos; el mundo, la naturaleza, se hizo más habitable cuando la nombraron. Los
toponimios, nombres de los pueblos, son lugares signados como un acta de nacimiento firmada por hombres y mujeres. Y todo lenguaje rebelado en la palabra como origen, en nuestro tiempo, tiene la
metáfora que no deja de deslumbrarnos con su poesía; Xochimilco etimológicamente es la cementera de flores (Xochi-mil-co; Xochi, es la raíz de la palabra náhuatl flor. Si queremos decir “la flor”
entonces escribimos xóchitl. Mil, es la raíz de la palabra náhuatl “terreno fértil”, también llamado sementera. Si queremos decir “el terreno fértil” o “la sementera” escribimos milli. Co es la
terminación para especificar un lugar o sitio. Entonces Xochimilco significa “el lugar del terreno fértil de flores”). Espero corrección de un hablante nahuatlato si me equivoco en esta
referencia.
¿Y por qué todo esto? Porque en la revelación, la epifanía, encontramos en el lenguaje la gran belleza de nuestras lenguas madres y ancestrales y esos saberes
simbólicos, científicos y universales, así como el arte de bien hablar y la poesía misma.
Y esto es muy cierto, todas las lenguas en la articulación de las palabras son poesía porque nombran al mundo, al universo; y porque en las palabras habita la
espiritualidad de nuestras cosmogonías nombradas en la palabra que nos hacen mejores seres humanos. Así es porque estamos tejidos y enhebrados de palabras.
Así es porque el ser humano es un ser dechado de revelaciones porque al hablar con su lenguaje, así nomás porque, sí y porque es espiritual antes que nada, pues
ennoblece en mundo que habita.
El lenguaje, más aún, es el acta de nacimiento del ser humano que se emancipó del ser animal para ser un homo sapiens, homo ludens; hombre de saberes, hombre de
juegos lúdicos y de aventuras creativas.
¡Sí pues, el lenguaje es la cosa más hermosa del ser humano!
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